El orgullo hace al hombre ciego porque se identifica tanto con su yo y su ideal que rehúsa ver la realidad; sutilmente el orgullo puede llevar al hombre religioso a identificarse con un profeta que le hace considerar que sólo él ve claro y tiene la verdad, o puede llevarlo a ser el mártir que tiene que sufrir porque, como Jesús, también tiene la verdad y es de otro mundo.