Dios y el alma del hombre se comunican profundamente cuando el corazón está herido, herido de sed por el Amado. Es preciso que Dios nos toque en un nivel profundo de nuestro ser para que no podamos ya vivir sin Él. Sin esta herida de amor, la oración no pasará de ser un ejercicio intelectual o una piadosa espiritualidad pero no esa íntima comunión con Dios. Estar heridos nos vuelve pobres y nos lleva a experimentar, como San Pablo, que su Gracia nos basta.