El conocimiento de sí mismo es doloroso porque descubre implacablemente lo que en nuestro interior habita, por eso nos acorazamos, nos petrificamos y no dejamos entrar a Dios ni aceptamos desenmascarar nuestro abismo, nuestra falsa santidad. Es importante dejarnos sacudir por el Espíritu Santo y no escandalizarnos de nuestra verdad que será el punto de partida que nos hará huir del juicio y el fariseismo.